Porque a título personal, puedo responder que no, que el rol en mi vida está sepultado por montañas de compromisos, obligaciones, perezas y desencuentros. Ojo, que lo siguiente deriva de mi experiencia personal y no pretende ser un catálogo de verdades universales. Esto no es la Hitchhiker's Guide to the Galaxy.
Empiezo por reseñar cómo después de un tiempo universitario en el que las partidas eran semanales, pasaron lentamente a convertirse en eventos mensuales que degeneraron en semestrales para transformarse en una cita anual que ya ni siquiera se realiza. Es decir, que hoy en día hay más posibilidades de que me viole salvajemente un grupo de despampanantes modelos pelirrojas suecas adolescentes vestidas de elfas que de jugar al rol.
El primer factor en contra a tener en cuenta es el tiempo. Los juegos de rol demandan tiempo para prepararse y para jugarse. Mucho tiempo. Mucho. Como director de juego responsable y serio, hacen falta unas cuatro horas para dejar bien lista una partida de una sola sesión (ya no hablemos de una campaña). Eso, como mínimo. Mientras en hora y media un grupo ha terminado una buena partida de Katan, ese mismo período escasamente sirve para que los jugadores de rol preparen la mesa y los personajes. Y eso si hablo de gente centrada, no como la que yo conozco que necesita pausas para ir a buscar más comida, hacer llamadas, revisar libros o discutir si es más poderoso Wall-E que Johnny 5 (cuando es obvio que Johnny 5 fue creado como máquina militar y es mil veces más destructivo que un robot basurero... ejem). Así que jugando al rol en viejas épocas yo estuve unas buenas doce horas abriendo y cerrando puertas de laberintos sosos y matando kobolds y cubos gelatinosos y ratas gigantes hasta cansarme la mano de tanto agitar el dado de ocho de mi espada bastarda. Pero en las últimas partidas de rol en las que estuve había que dejar todo a medias al cabo de cuatro horas porque fulano se iba a recoger a su novia, o mengano madrugaba a trabajar al día siguiente, o zutano estaba de pelea con su mujer.
Por eso, considero que el segundo factor son los compromisos. En la época juvenil universitaria donde el nivel de mis personajes era inversamente proporcional al número de fiestas a las que me invitaban, bastaba con cumplir con las asignaturas pendientes para quedar libre de toda preocupación y compromiso. Viviendo en casa de nuestros padres, no nos importaba trasnochar un sábado usando peligrosas dosis de cocacola y nachos para permanecer despiertos hasta derrotar al malo final, y luego de comentar la partida nos íbamos a dormir en cualquier rincón de la casa ajena, apeñuscados e incómodos pero felices. Hoy tenemos casas compradas o alquiladas a las que hay que volver, cuerpos que ya no soportan tantas incomodidades y miles de responsabilidades más relacionadas con el hecho de vivir por cuenta propia. Los compromisos estúpidos, aparte del trabajo (que es el peor de todos), se van sumando con los años y si hay una pareja se multiplican. Y si hay hijos, el tiempo se resta, las posibilidades se dividen y el resultado es previsible.
El tercer factor es el grupo. Cada vez es más difícil formar un grupo y tus amigos de siempre se han marchado de la ciudad o del país o (peor aún) del rol. Los pocos que quedan son difíciles de reunir por alguna de las condiciones anteriores. Encontrar gente nueva es difícil (sobre todo a esta edad), y no hay Meetics de roleros para ayudarse. Los clubes de rol han ido desapareciendo, y en los nuevos es fácil sentirse un fósil paleozoico o un pederasta en potencia.
El cuarto factor es la tolerancia. Los años te han hecho menos tolerante, más selectivo, y ya no aguantas tanto al tonto de turno que aceptabas en la mesa para completar al grupo. A ése, hoy en día, lo sacas a patadas y hay que llamar a la policía. Las discusiones durante el juego de rol se hacen más agrias y de repente te das cuenta de que tus dos amigos hace rato dejaron de pelear por quien se queda con el Orbe del Dragón y están a punto de soltar el primer puño.
El último punto es el duro peso de la realidad. La hipoteca. El trabajo. La mujer y los hijos. Las cuentas por pagar. Los compromisos sociales. La crisis. Kerf el Escurridizo ya no logra meterse en su papel de bardo porque todavía no supera su reciente divorcio. El investigador Tom Kellen está más preocupado por los recortes de su empresa que por la secta de Dagón que acaba de llegar a Arkham. Vaya mierda, así no hay quien se meta en una historia.
Hay quien me dice que ayuda tener una pareja que también juege al rol. Probablemente sea cierto, sobre todo porque es una persona con la que cuentas de antemano para formar el grupo, y que puede entender que uses tu tiempo libre para jugar. Lo desconozco. Pero sé de parejas que han sucumbido al peso de sus obligaciones hasta tal punto que cuando tienen algo de tiempo libre, en vez de jugar al rol se dedican a retozar en el lecho. Inconsecuentes.
Yo, por mi parte, me he rendido a las dificultades. Ahora me conformo con que siga habiendo unas reuniones mensuales mínimas, para echar un juego de tablero y unas risas. Y si alguna vez existe la posiblidad de jugar una partida, estaré tan dispuesto como antes, pero con mis reservas. Es lo mismo que pensaré cuando aparezcan las pelirrojas suecas: estas cosas no suceden a mi edad.
Hombre, yo con 34 años recién cumplidos ya apenas juego, aunque alguna vez al mes sí que jugamos al RuneQuest. Es curioso que en estas edades, cuando disponemos de dinero para comprar cualquier manual de rol, lo que nos falta es el tiempo, mientras que de adolescentes la situación era la inversa.
Aún tengo la esperanza de seguir jugando, porque algunas nuevas amistades han mostrado interés en "probar" La Llamada. Y sí, mi novia también jugaba al rol, y eso ayuda para animarse a ello. Ia, Cthulhu! Temblad, Primigenios...