Wendell dio un paso atrás, dejando que el cuerpo inconsciente de Christopher se desplomara sobre el suelo. Tras unos instantes de confusión, supo qué hacer. Unas pocas ascuas sobre la alfombra cercana la prenderían originando un incendio que acabaría con su odiado hermanastro, él daría el aviso de incendio, un poco tarde por supuesto, y quedaría como el héroe que intentó salvarlo. Sólo esperaba que nadie hubiera visto su coche.
Con un atizador esparció parte del contenido de la chimenea y esperó a que prendiera. Cuando las primeras llamas se originaron, Wendell arrastró una de las sillas y la puso sobre el cuerpo inmóvil de Christopher. Quemó un periódico y mientras ardía, incendió la tapicería. Quería asegurarse de que no podría salir. Con el mismo diario, quemó otras zonas de la sala. Lo tiró en medio de la estancia y se encaminó a la puerta de la cocina. Por fortuna, el servicio no se había despertado o no estaba en la casa. Si se hallaban en su cuarto… en fin, mala suerte. Aunque la luz de su habitación estaba apagada, eso le había parecido al acercarse a la casa, puede que le hubieran visto llegar, de modo que tal vez le viniera bien su muerte. Echó una ojeada antes de salir. Nadie. En esa época tan cercana al invierno la gente prefería permanecer al resguardo de sus hogares que en la intemperie.
Cuando estuvo fuera, se dirigió a su coche furtivamente. Entró, lo arrancó y se dirigió nuevamente a la mansión. El incendio ya estaba adquiriendo proporciones notables y las luces de algunas casas se encendieron. Wendell comenzó a gritar y a avisar del incendio. Aporreó la puerta de la casa más cercana pidiendo que avisaran a los bomberos y aconsejando que abandonaran sus casas por si el incendio se propagaba. Advirtió del peligro a otras casas cercanas. Pronto se formó un alboroto: la gente salía en tropel de sus hogares para contemplar con ojos pasmados cómo lenguas de fuego devoraban la estructura de madera. Algunos, con la intención de salvar a los posibles habitantes, intentaron entrar pero el fuego era ya demasiado intenso y se había extendido lo suficiente para poder acercarse lo suficiente. Unos gritos en el piso superior hicieron alzar los ojos. Una mujer chillaba aterrada. Tras ella se vislumbraba un hombre igualmente espantado. Una campana alertó a todo el mundo de la llegada de los bomberos, a los que rápidamente hicieron paso. Wendell, con una máscara de nerviosismo y terror, les advirtió de que su hermano –no su hermanastro-, su pobre hermano, debía de estar igualmente en el interior de ese infierno.
Los bomberos se pusieron a trabajar velozmente, la bomba de agua fue accionada por dos de ellos, otros extendían la manguera y un grupo de cuatro extendió y tensó una lona para que los sirvientes saltaran a la misma. Primero ella y luego él, consiguieron lanzarse a la seguridad del exterior y ser rescatados ante la algarabía general. Wendell los miró con cierta precaución; ellos le vieron pero no pareció que le acusaran de nada, lo hizo que el abogado soltara un sonoro suspiro. Una mano se puso en su hombro al tiempo que lo felicitaban. Si no hubiera sido por él, no se habrían salvado. Él rápidamente recuperó su papel de hermano temeroso y comenzó a preguntar si había noticias de Christopher. Quienes lo rodeaban primero se miraron entre ellos, luego a la casa y después intentaban no cruzar sus ojos con los del letrado. Este bajó la cabeza y se cubrió el rostro con las manos, con la verdadera intención de que no vieran cómo una enorme sonrisa afloraba en sus labios. Era imposible que ese bastardo hubiera sobrevivido.
Un segundo coche contra incendios acudió al rato para impedir que el incendio se propagara a las casas cercanas. Durante cerca de dos horas lucharon con denuedo contra las llamas, aunque no albergaban esperanza alguna de encontrar con vida al Christopher. En efecto, cuando la casa fue lo suficientemente segura como para arriesgarse a entrar, un bombero penetró en ella para salir al poco con la mirada gacha y moviendo la cabeza. Wendell había logrado su victoria.
Tras dejar el periódico sobre la mesa, el abogado tomó su desayuno mientras pensaba en sus siguientes pasos. En cuanto su refrigerio, pondría en marcha los mecanismos necesarios para recuperar la herencia paterna y -¿por qué no?- para ver si podía adquirir parte de la empresa de su difunto y amadísimo medio hermano. Al fin y al cabo él era, a falta de alguna desagradable sorpresa, su pariente más cercano. Esperaba que no hubiera testamento de por medio, complicaría mucho su labor.
El día resultó fructuoso, vestido de negro y fingiendo pesadumbre consiguió asegurarse la ayuda de diversas autoridades de Arkham para recuperar lo legítimamente suyo. Él era una gran persona, ¿no había intentado salvar a su hermanastro? ¿No había alertado a los vecinos del peligro? En el registro civil comprobó que no existían parientes conocidos de Christopher por parte materna aunque debían consultar con Boston. Además, en el juzgado, recibió otra gran noticia al constatar que no había documento alguno que expresase la última voluntad del muerto. Todo iba a salir bien.
Con un atizador esparció parte del contenido de la chimenea y esperó a que prendiera. Cuando las primeras llamas se originaron, Wendell arrastró una de las sillas y la puso sobre el cuerpo inmóvil de Christopher. Quemó un periódico y mientras ardía, incendió la tapicería. Quería asegurarse de que no podría salir. Con el mismo diario, quemó otras zonas de la sala. Lo tiró en medio de la estancia y se encaminó a la puerta de la cocina. Por fortuna, el servicio no se había despertado o no estaba en la casa. Si se hallaban en su cuarto… en fin, mala suerte. Aunque la luz de su habitación estaba apagada, eso le había parecido al acercarse a la casa, puede que le hubieran visto llegar, de modo que tal vez le viniera bien su muerte. Echó una ojeada antes de salir. Nadie. En esa época tan cercana al invierno la gente prefería permanecer al resguardo de sus hogares que en la intemperie.
Cuando estuvo fuera, se dirigió a su coche furtivamente. Entró, lo arrancó y se dirigió nuevamente a la mansión. El incendio ya estaba adquiriendo proporciones notables y las luces de algunas casas se encendieron. Wendell comenzó a gritar y a avisar del incendio. Aporreó la puerta de la casa más cercana pidiendo que avisaran a los bomberos y aconsejando que abandonaran sus casas por si el incendio se propagaba. Advirtió del peligro a otras casas cercanas. Pronto se formó un alboroto: la gente salía en tropel de sus hogares para contemplar con ojos pasmados cómo lenguas de fuego devoraban la estructura de madera. Algunos, con la intención de salvar a los posibles habitantes, intentaron entrar pero el fuego era ya demasiado intenso y se había extendido lo suficiente para poder acercarse lo suficiente. Unos gritos en el piso superior hicieron alzar los ojos. Una mujer chillaba aterrada. Tras ella se vislumbraba un hombre igualmente espantado. Una campana alertó a todo el mundo de la llegada de los bomberos, a los que rápidamente hicieron paso. Wendell, con una máscara de nerviosismo y terror, les advirtió de que su hermano –no su hermanastro-, su pobre hermano, debía de estar igualmente en el interior de ese infierno.
Los bomberos se pusieron a trabajar velozmente, la bomba de agua fue accionada por dos de ellos, otros extendían la manguera y un grupo de cuatro extendió y tensó una lona para que los sirvientes saltaran a la misma. Primero ella y luego él, consiguieron lanzarse a la seguridad del exterior y ser rescatados ante la algarabía general. Wendell los miró con cierta precaución; ellos le vieron pero no pareció que le acusaran de nada, lo hizo que el abogado soltara un sonoro suspiro. Una mano se puso en su hombro al tiempo que lo felicitaban. Si no hubiera sido por él, no se habrían salvado. Él rápidamente recuperó su papel de hermano temeroso y comenzó a preguntar si había noticias de Christopher. Quienes lo rodeaban primero se miraron entre ellos, luego a la casa y después intentaban no cruzar sus ojos con los del letrado. Este bajó la cabeza y se cubrió el rostro con las manos, con la verdadera intención de que no vieran cómo una enorme sonrisa afloraba en sus labios. Era imposible que ese bastardo hubiera sobrevivido.
Un segundo coche contra incendios acudió al rato para impedir que el incendio se propagara a las casas cercanas. Durante cerca de dos horas lucharon con denuedo contra las llamas, aunque no albergaban esperanza alguna de encontrar con vida al Christopher. En efecto, cuando la casa fue lo suficientemente segura como para arriesgarse a entrar, un bombero penetró en ella para salir al poco con la mirada gacha y moviendo la cabeza. Wendell había logrado su victoria.
Tras dejar el periódico sobre la mesa, el abogado tomó su desayuno mientras pensaba en sus siguientes pasos. En cuanto su refrigerio, pondría en marcha los mecanismos necesarios para recuperar la herencia paterna y -¿por qué no?- para ver si podía adquirir parte de la empresa de su difunto y amadísimo medio hermano. Al fin y al cabo él era, a falta de alguna desagradable sorpresa, su pariente más cercano. Esperaba que no hubiera testamento de por medio, complicaría mucho su labor.
El día resultó fructuoso, vestido de negro y fingiendo pesadumbre consiguió asegurarse la ayuda de diversas autoridades de Arkham para recuperar lo legítimamente suyo. Él era una gran persona, ¿no había intentado salvar a su hermanastro? ¿No había alertado a los vecinos del peligro? En el registro civil comprobó que no existían parientes conocidos de Christopher por parte materna aunque debían consultar con Boston. Además, en el juzgado, recibió otra gran noticia al constatar que no había documento alguno que expresase la última voluntad del muerto. Todo iba a salir bien.
Me ha recordado a Death Note, guapisima la escena xDDDD