La invocación

Las sombras tenían la vida del fuego que las animaba. Sus lenguas lamían la forma de la mujer de pelo azabache y ensortijado. Con las piernas cruzadas contemplaba las llamas caóticas y portadoras de secretos nacidos en otros mundos.

Sonrió torvamente y, tras tomar una túnica doblada a su izquierda, se incorporó se puso la prenda y caminó hasta un intrincado diseño grabado en el suelo. A cada paso sus pies desnudos apenas arrancaban un murmullo sordo en su contacto con la roca. Se detuvo en el centro del laberinto de arabescos y símbolos, imaginados antes del tiempo de los hombres. Signos otorgados a los sacerdotes de Atlantis y robados de allí antes de su destino bajo los mares.

La mujer se colocó la capucha y de modo que bajo ella solo podían verse destellos intermitentes en sus ojos espejados ante el fuego.

Un cántico brotó de sus labios. Las paredes de la caverna devolvían ecos distorsionados, que originaron una cacofonía, la cual, poco a poco, tornó ensordecedora. Las palabras eran tan antiguas como los primeros hijos de Babilonia, cuando el trueno y la lluvia aún provenían de la ira de los dioses.

A medida que la mujer subía el tono de voz, la cueva entera vibraba con mayor intensidad, amplificando la magia de aquellos sonidos y vocablos arcaicos. Alzó las manos para abarcar la energía que comenzaba a acumularse sobre su cabeza, que mantenía con la mirada gacha pues los ojos mortales no pueden soportar la visión de la divinidad, sin importar el origen de esta. Así se lo había asegurado su maestro y amante, cuyos restos descarnados yacían en un rincón, tras un festín de carne y sangre.

El vórtice sobre ella se agrandaba minuto a minuto. De los rizos que asomaban bajo la capucha colgaban pequeñas gotas de sudor.

Llegó el silencio. Los ecos murieron y su voz era absorbida por el portal, pues eso era ya. La mujer redobló entonces sus esfuerzos. Debía mantener el paso libre hasta que uno de los Ancianos lo alcanzara. Así pasaron más minutos, sus rodillas flaqueaban pero no podía fallar. El premio merecía la pena, so le había asegurado su mentor, al que superaría en poder y sabiduría. No, no podía fallar.

Una terrible fuerza la golpeó desde arriba, derribándola. Había llegado.

-¡Mi señor!- clamó ella y alzó la vista para poder contemplarlo.

A cambio, solo obtuvo una respuesta: "Hambre" .

Gritó. Gritó y gritó. En la esquina, la cabeza del cadáver parecía contemplar divertida la escena. Aunque también pudiera ser un efecto de ls sobras, vivas entonces sin necesidad de luz.

Unas horas más tarde, una mujer vestida con una túnica y de pelo negro y ensortijado abandonó la cueva. De lejos parecía una mujer apetecible, con rasgos firmes y cincelados. Un cuerpo deseable. Pero si se acercara y mirara sus ojos… ¡Ah, sus ojos! Sus oscuros, antiguos y letales ojos.

3 lectores en Miskatonic:

  1. Camilo dijo...:

    Tengo que confesar que soy fan de las mujeres de pelo azabache y ensortijado que sonríen torvamente. Es una especie de perversión.

  1. El Erudito dijo...:

    ¿Por qué será? Es que cuanto más lo sandro, digoooo, pienso, no se me ocurre.

  1. Anónimo dijo...:

    ...please where can I buy a unicorn?

 
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