La posterior comida con Cutter tuvo lugar en un pequeño restaurante desde el que Wendell podía examinar toda la calle por si aparecía alguien sospechoso. Además, desde la mesa elegida controlaba quién entraba y salía del local. No se fiaba de nadie. En consecuencia, para evitar oídos indiscretos, había redactado un pequeño documento con toda la información necesaria para su nuevo “amigo”. Cuando este llegó, estuvieron un rato charlando de cosas intrascendentes. En medio de la plática, el letrado le pasó con disimulo un sobre. En él, además de las instrucciones precisas de lo que tenía que hacer, para asegurarse la discreción necesaria, había incluido cincuenta dólares junto a una nota que indicaba que habría otros cincuenta si obtenía la información que le solicitaba. Tras la comida, Wendell le dio una tarjeta con el nombre de un hotelucho cercano donde Cutter podía instalarse a gastos pagados. Eso sí, solo cama y comida. Nada más.
Esa noche, antes de dormir, Wendell tomó la medicación prescrita, seguro de su utilidad. Sin embargo, las pesadillas se sucedieron aunque ahora los entes se encontraban en la lejanía y él no parecía sino un ser ajeno a ellas, como un objeto más que examinaban en su periplo pero que, al parecer, no revestía una excesiva importancia en comparación con el resto del extraño paisaje. Así, pudo por primera vez en varias noches, aprovechar las horas de sueño para descansar.
Los siguientes días se sucedieron sin grandes novedades. Cutter informaba a diario de las pesquisas realizadas la noche anterior. Por ahora no había nada extraño en el comportamiento de Christopher, quien salía en pocas ocasiones de su mansión pero en ningún momento dejaba Arkham. Nadie le había visitado en cuatro días ni él había acudido a la residencia de nadie. Desconocía si esas reuniones se producían por teléfono o si en las ocasiones en las que había acudido a su despacho había recibido allí a alguien.
Tras el último mensaje, Wendell comenzó a plantearse si todo no había sido más que una ilusión creada por el febril deseo de acabar con ese bastardo y si debía tomar otro curso de acción. Tal vez ofrecer al propio Cutter pasar de ser “Manos de plata” a ser “manos de sangre”. Una nube de noviembre comenzó a descargar de súbito su furia en el exterior, cortando sus pensamientos y se dirigió a la cocina a decirle a Mildred que le preparara un caldo caliente. La tormenta amainó y fue sustituida por una fina y persistente lluvia que duró toda la noche, en la que el abogado tuvo un sueño pesado, con la nueva visita de esas criaturas, desvanecidas tras un breve despertar cerca de la medianoche.
La lluvia trajo un regalo para Wendell: una llamada de su informante le anunció una escapada nocturna por la misma carretera que le había señalado en las notas iniciales. No solo eso sino que, gracias al barro y al asfalto húmedo, había conseguido seguir las huellas del vehículo. El premio final llegó cuando Cutter le dijo el destino del coche, si es que no había confundido en algún punto el rastro. Cuando el letrado lo oyó supo que no había error. Debería haberlo imaginado, ¿cómo había sido tan estúpido? La descripción del lugar lo dejaba claro. El caserón de su difunto padre.
Pero que peazo de relato JKN!!! Algún día lo leere ;)
Si algún día ponemos en marcha un concurso de relatos, seguro que lo ganas!!! ;)