Un pequeño legado (IX)

(Para ver las partes anteriores entre otros relatos de los eones)
Despertó empapado en sudor y jadeando. Se levantó y se dirigió a la cocina, en la planta baja, para tomar un poco de agua. Tomó un vaso y, al girarse, le pareció ver por un instante un rostro a través de la ventana. Era el mismo que había visto en Boston; o eso creyó. Al fijarse bien, la cara había desaparecido entre los árboles a los que daba la parte trasera de la casa. Tras unos segundos, al no aparecer de nuevo, apartó la vista y se cercioró de que todas las puertas y ventanas estaban bien cerradas. Corrió todas las cortinas que estaban abiertas y con cierta inquietud se dirigió a su dormitorio, olvidada la sed junto al vaso vacío sobre una mesa de la cocina.

Le costó mucho conciliar el sueño y sólo pudo dormir un par de horas. Las pesadillas le dejaron tranquilo durante las escasas horas de sueño. El despertar le acompañó con un fuerte dolor de cabeza. Un baño le relajó y le permitió centrarse en lo que creía real. Alguien le estuvo espiando, sin duda alguien de su hermanastro. Tenía dos opciones, ser más cuidadoso e intentar despistarlo o una acusación frontal. Descartó estaques no disponía de las suficientes pruebas de la actividades de Christopher y una acusación semejante fácilmente podría volverse en su contra. Debía encontrar la manera de seguir con sus indagaciones… o encontrar a alguien que las hiciera por él. Un nombre acudió a su mente: Efraim Cutter. “Manos de plata” Cutter. Le había librado de una severa condena gracias a un defecto de forma en la acusación aunque Wendell sabía perfectamente que era culpable de los robos de los que se le acusaba “Todo el mundo tiene derecho a un juicio justo”. Le encantaba esa frase.

Una llamada a Boston sirvió para concertar una cita al día siguiente en un restaurante de Arkham. Le costó un poco convencerle pero una velada amenaza sobre recuperar ciertas pruebas de cara a un nuevo proceso disipó toda reticencia de Cutter a aceptar la petición del abogado. Había gente que no entendía el concepto de devolver un favor. El resto de la jornada lo dedicó a su trabajo en la oficina, a base de café y azúcar. Volvió extremadamente cansado a su residencia y ni siquiera cenó antes de acostarse.

Las pesadillas volvieron. Fueron breves al despertar Wendell antes de que esos seres le tocasen. Estaban más cerca, eran más detallados y su olor era más penetrante. Un aroma pútrido, una esencia muy antigua, descompuesta e incisiva. Se levantó y dirigió al baño para refrescarse un poco. Quizá demasiado café y azúcar habían exagerado los sueños intranquilos de las noches anteriores. Al día siguiente acudiría al médico para que le recetara algo que le permitiera dormir y descansar. Antes de volver a la cama, se asomó discretamente por varias de las ventanas del piso superior pero no le pareció ver a nadie. Supuso que había espantado al espía de su hermano. O que este era más cuidadoso.

El resto de la noche pudo dormir sin que esos extraños sueños le asaltaran. Parecía que sólo los tenía durante su primer descanso. Así se lo indicó al doctor, quien le recibió esa misma mañana. Tras una serie de preguntas en las que no descubrieron otros síntomas, el galeno preparó en la parte trasera de su consultorio un tranquilizante indicándole que lo tomara una hora antes de acostarse.

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