1 de septiembre: Salgo desde el norte de NYC con mi gran diosa Shub Niggurath de casa bien temprano con destino al norte. Luego de casi 3 horas metidos en la carretera 95, atravesando la punta sureste del estado de Nueva York y Connecticut, nos adentramos en Rhode Island. Ya se sentía el ambiente mágico, las iglesias con sus altos picos, las casas tras una barrera de árboles. A pesar de ver que el progreso y el capitalismo han dejado profundas cicatrices convertidas en autoservicios de hamburguesas, fábricas con chimeneas muy altas o cientos de coches y puentes en todas direcciones.
Desde la noche anterior ya tenía una ruta bastante trazada de qué salida tomar y a donde ir en Providence. Sí, la cuna y la tumba de Lovecraft. Salimos por la salida 22 A-B-C y nos dirigimos al este. Ya se veía la grandeza de la ciudad. Y no grandeza en cuanto a tamaño, sino grandeza arquitectónica. Conservaba el aspecto victoriano en la mayoría de sus fachadas. No sólo en las casas sino en locales comerciales y en todos los edificios de la Universidad de Brown. Dimos vueltas por una ciudad laberíntica, atrapada en un tiempo mejor. Pasamos por las calles por donde paseó Lovecraft, como South Water St., South Main St., Waterman (Curioso nombre por cierto, para la zona), Battler Avenue y finalmente llegamos la tan esperada Angell St. Buscamos el número 454 (que según la antigua nomenclatura era el número 10) y nos sorprendimos de ver lo que teníamos ante nuestros ojos. La máxima o una de las más monstruosas criaturas que ha parido el capitalismo: un Starbucks. Así es.
La casa de Howard Phillips Lovecraft ya no existía. Su nacimiento, su infancia, sus sueños de niño se desintegraron para convertirlos en un Mocha-Latte, en un Frapuccino, en un sobre de azúcar y en un té marca Tazo. Atrás quedaron los camisones blancos que le ponía su madre, viendo cómo los delantales verdes de los zombies de Starbucks cubrían a los nuevos habitantes del lugar. Ni un ladrillo, ni una teja. No quedaba nada.
Pero por fortuna nuestra HPL no vivió en un solo lugar, así que después de semejante decepción decidimos continuar la marcha esperando encontrar alguna recuerdo del ilustre maestro del horror cósmico. Sólo avanzamos unas calles más y llegamos a la esquina de Angell y Prospect. Continuamos por Prospect hasta llegar al número 65. Ahí estaba. Reformada para no verse vieja y descuidada, pero conservando los mismos cimientos y la misma estructura. Esa casa, la número 65, fue donde HPL falleció en 1937. Una parte de su estadía en vida y otra de su estadía en el mundo de los muertos.
Por esa misma esquina, Prospect se cruzaba con Barnes St. Sólo tuvimos que seguir hasta el número 10 para ver una casa desorganizada, rodeada de cables de la luz (algo demasiado común y antiestético para lo bonitas que son estas casas). Era de 3 plantas y estaba adosada con una de similares características. Las ventanas pequeñas de la tercera planta o el altillo, podían enseñar las distintas habitaciones por donde debió correr la inspiración de HPL para escribir historias como “La llamada de Cthulhu”, “En las montañas de la locura” y otras más. Era fantástico imaginar que HPL con sus fríos gestos, con su lánguido cuerpo y con su mirada profunda se encontraba mirándonos por una de esas ventanas y nos hacía sentir no sólo la humanidad de una persona tan sensible y frágil como fue, sino la infinita imaginación que pesadillas, sueños y gratos momentos le han podido y nos han podido producir.
El tour continuó con un destino final y el clímax de todo este tour Lovecraftiano. Decidimos volver a Angell y allí emprender el viaje a la última (?) morada de nuestro venerado Lovecraft: el Cementerio de Swan Point. No es muy lejos de donde vivió, creció y murió, la verdad. Caminando se podría llegar sin ninguna dificultad. Como costumbre en muchos cementerios de este país, era abierto y se podía disfrutar como si fuera un parque (obviamente no por encima de las tumbas). No había nada decrépito ni descuidado en él. Más bien todo estaba muy limpio y reinaba una paz impresionante. Los árboles permanecían callados viendo como testigos la entrada y salida de unas pocas personas. El sábado no era un día del todo sagrado.
Teníamos idea de cuál era el lote donde se encontraba la tumba de los Phillips (Y los Lovecraft), pero no sabíamos cómo llegar. Afortunadamente este cementerio contaba con una especie de guía en la que le ponías el nombre del difunto y te ubicaba dónde se encontraba. Luego lo imprimía y ya.
Así nos guiamos y tras avanzar unos 300 ó 400 metros por fin topamos con un pequeño panteón de la familia “Phillips”, el cual creía yo que era más un mausoleo. Supuse que era allí y me bajé del coche con una mezcla de tristeza, emoción y curiosidad que creo que he sentido pocas veces. Tristeza, porque al fin y al cabo era la tumba de una persona que había podido vivir muy poco de su vida, debido a sus presiones infantiles y sus posteriores traumas, a su cuerpo frágil y sensible a las enfermedades y especialmente por su incontenible deseo de ser un hombre del pasado viviendo en un presente completamente diferente. Emoción, por ser el gran momento, por ser la hora de ver resurgir esos recuerdos que llevan años acompañándome y por tener al frente la tumba de ese gran hombre que, aunque suene exagerado, me ha dado de los más divertidos momentos de una etapa de mi vida. Curiosidad, por saber qué se sentía estar a su lado, ser otro de esos tantos anónimos que se acercan tocar su tumba, a mirarla, a soltar una oración o quizá un Iä Iä!
Fue una experiencia completamente diferente a la que podía haber imaginado. Esperaba que todo fuera decrépito, que las lápidas estuvieran rotas, que los ángeles me miraran de reojo desde los cuatro puntos cardinales. Pero ver a toda la familia reunida, a los abuelos, a las tías, a Winfield, a Sarah y por supuesto a Howard fue muy apacible. Tranquila, silenciosa, llena de respeto y luz.
Posteriormente nuestro viaje continuó hacia el norte, donde nos esperaría Boston, Salem y la zona que a modo de fantasía han descrito como Lovecraft Country o Arkham Country. Pero eso será parte de mi próxima entrada. Pero al menos ahora puedo decir, que Howard Phillips Lovecraft también estuvo con la Miskatonic Freak Parade.
¿Qué decir? Sólo espero poder visitar algún día esos mismos parajes e imbuirme del ambiente. Quizá así consiga acabar cierto relato de los eggsssss.
Gran post. Espero (esperamos) la siguiente entrada de tu viaje.