Un pequeño legado (III)

Primera parte de la historia.

Segunda parte.

Durante toda la conversación Wendell se las arregló para jugar la baza del cachorro arrepentido, intentando que su hermano lo tomara como un pobre desvalido que no suponía peligro alguno. El resultado fue el esperado ya que, hacia el final del encuentro, se las arregló para ganarse la magnanimidad de Christopher al convencerle de las dificultades económicas por las que estaba pasando desde su clara derrota en el juicio. Por supuesto, estas penurias eran inexistentes gracias al dinero ahorrado durante varios años pero, sin duda, su hermanastro no tenía por qué saberlo. Lo importante era la oferta de trabajo que le propuso: encargarse de la parte administrativa y legal de una pequeña sección del negocio de importaciones que poseía su hermano. No era un puesto importante, ni mucho menos, pero era un comienzo y él era un hombre paciente, muy paciente.

Pasaron las semanas y los meses entre planes y papeleo. En algo menos de un año, Wendell se las había arreglado no sólo para conocer perfectamente todos los entresijos de la parte asignada a su responsabilidad, sino que había reducido la burocracia necesaria, mejorando los beneficios. Esta eficiencia le permitió ganarse nuevas amistades entre los conocidos de su hermanastro y obtener información de diversas actividades de la empresa. Lo que más le llamó la atención es la escasa implicación de Christopher en los negocios de los que era accionista mayoritario. En todos excepto en uno: la compra-venta de objetos de arte. Sobre este mantenía un férreo control, encargándose él mismo de todas las transacciones. Sin embargo, a Wendell le resultó extraño hasta cierto punto que, en las ocasiones en las que había estado en casa de su hermanastro, a pesar de la empresa y de los conocimientos mostrados, no recordaba haber visto pieza alguna proveniente de viejo continente o de su tan amado Egipto, con excepción de una porcelana inglesa y algún marfil traído desde Asia vía Londres. Algo no acababa de encajar. No sabía cómo pero estaba seguro de que tenía algún tipo de relación con el legado de su padre.

Decidió entonces tomar otro curso de acción, era hora de arriesgarse más y hacer de investigador privado. Le hubiera gustado que otro se encargara de eso pero no hubiera resultado fácil contratar a alguien sin que se acabara enterando todo Arkham. Además, era su herencia, era, muy a su pesar, su familia y, sobre todo y ante todo, era su honor, ese extraño sentimiento al que tendemos a aferrarnos para justificar nuestro orgullo. Así, se decidió a entrar en la mansión de su hermanastro.

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