A Lovecraft, a su manera.

Una voz antigua, descompuesta en una miríada cacofónica, surge desde mares remotos, profundos e inexplorados. Un grito agónico, sólido, con matices iridiscentes, que oculta arcanos lamentos entrelazados con saberes más allá del entendimiento humano.

Él, antaño grande y poderoso, se halla perdido en su propio y ciclópeo dédalo, en el que busca a su creador, un hombre desmenuzado en el éter y cuyas partículas se han posado y dejado poso en muchos. Poco tiempo estuvo entre nosotros pero mucho tiempo estará en nosotros y en los que nos han de seguir, pues los ecos fragmentados del grito penetrarán en nuevos receptores que amplificarán esa voz negra y pretérita.

A Howard Phliips Lovecraft, que nos regaló tantos sueños oscuros.

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