Un pequeño legado (VIII)

(Para ver las partes anteriores entre otros relatos de los eones)

Junto al nombre, la luz de la consciencia volvió a los ojos del canónigo. Murmuró una torpe disculpa y se enderezó en su asiento. Wendell no supo cómo reaccionar y un incómodo silencio se instaló en el despacho. La entrada del coadjutor rompió la quietud. Una visita, dijo, de cierta dama bostoniano, la cual, al parecer, ya había intentado hablar con el sacerdote y, a juzgar por el gesto mezcla de desagrado y hastío acompañado por un bufido, este había hecho lo posible por evitarlo. Se levantó disculpándose ante el joven por la necesidad de atender a aquella insistente dama además de por su comportamiento durante la entrevista. Wendell, en cambio, contestó que en modo alguno se sentía ofendido o simplemente molesto y que le agradecía que le hubiera hecho partícipe de esa terrible historia. Añadió, luciendo la mejor de sus sonrisas, que eso no tenía por qué enturbiar la cordial relación que mantenía con Christopher pues, al fin y al cabo, nadie es responsable de los pecados de sus padres. Él cuidaría de su hermanastro y lo vigilaría de cerca. Muy de cerca.

El canónigo le agradeció su devoción fraterna y le aseguró que rezaría para que cumpliera sus objetivos.

- No olvide hacerlo padre. Por favor.

Wendell abandonó la catedral y se encaminó a un restaurante cercano a la estación de tren. Era poco más de mediodía y un primer conato de hambre se presentó en su estómago, espoleado por la satisfactoria información obtenida. La imagen empezaba a volverse nítida; si bien era cierto que hasta entonces solo jugaba con hipótesis y conjeturas, también era cierto que todas apuntaban en la misma dirección. La excursión nocturna junto a sus secuaces, ese libro tan extraño, el macabro e impío grupo al que pertenecía su madrastra... De nuevo, otra sospecha se cruzó en su mente. ¿Acaso su padre, por cuyo recuerdo y legado estaba dispuesto a bajar al abismo de los asesinos, sabía lo de esa... esa secta? Más aún, ¿era parte de ella? Se paró en medio de la calle atenazado por esa terrible idea, se llevó las manos a la cara y, al finalizar este gesto, le pareció ver en una esquina una cara conocida. Le sonaba de Arkham. Rápidamente recuperó el aplomo y dirigió sus pasos hacia allí. Al verlo la figura se escabulló entre la gente. Wendell intentó seguirlo pero pronto vio la futilidad de su pretensión, de modo que cesó en su búsqueda y se encaminó a la estación para tomar el rápido de las cuatro, convertido su cerebro en un remolino de atribulaciones y perdida el hambre inicial.

Ya de vuelta a su hogar, Wendell no consiguió centrarse en su trabajo y necesitó dar un paseo por un bosquecillo cercano para lograr calmarse y decidir qué hacer a continuación. Era fundamental que confirmara sus sospechas. No podía acabar con su hermanastro sin más pues aunque su pantomima había surtido efecto y ahora muchos de los que, tras el juicio, sólo hablaban con ese malnacido, ahora nuevamente le saludaban e incluso charlaban amistosamente con él aunque sabía que mientras no se librara de Christopher, llevaría ese estigma del perdedor bien a la vista de todo el mundo por mucho que intentara evitarlo. Daba igual si intentaba mantener su nombre fuera de la conversación o si lo mencionaba fingiendo una indiferencia. Debía destruirlo. Acabar con él. Aunque tal vez eso no significara necesariamente matarlo. Sabía que esa Emma pertenecía a ese grupo de monstruos, se temía que su padre también tuviera algo que ver, lo más seguro por influjo de esa mujer, su hermanastro guardaba a buen recaudo ese extraño y terrible libro... Pensó en la noche de viernes en la que había allanado la casa de su hermano, se había alegrado de verle marchar pero desconocía a dónde había ido. Puede que a una fiesta pero ese bastardo no tenía ninguna fama de juerguista, además no tendría sentido que hubieran vuelto tan pronto. Tenía que ser otra cosa y si sus sospechas eran ciertas podía sacar gran beneficio. Tenía que seguirle y averiguar si había heredado los impíos y escalofriantes hábitos de su madre.

Esta idea le reconfortó y volvió a su morada a planificar con más detalle el curso de acción. Necesitaba averiguar si la salida nocturna de su hermanastro se producía de manera habitual, en fechas concretas o era algo esporádico. En este último caso sus ideas se desbaratarían y dependería únicamente del azar de modo que se centró en las otras. Era obligatorio acostumbrarse al camino de salida del pueblo, conocer cada bache y cada curva porque, si quería seguir el coche de su hermanastro, tendría que conducir con la mínima luz o incluso a oscuras por lo que era necesario reducir todos los riesgos posibles.

Esa noche volvieron las pesadillas. Nuevamente fue acosado por seres informes y tentaculares que trataban de beber su ánima, de alimentarse de su esencia vital. Nuevamente esos ojos ciegos que habían contemplado eones oscuros le examinaban y su pútrido olor envolvía el entorno. Eran reales en ese mundo onírico que nos separa del caos de la inexistencia. Su piel allí desarrollaba toda su capacidad sensitiva y el pánico se convertía en algo tangible. Formas bulbosas destilaban un color que al tiempo era una miríada calidoscópica. Nuevamente los sueños de muerte. Pero ahora los sentía más cercanos a la vigilia.

0 lectores en Miskatonic:

 
© Miskatonic.es | Plantilla creada por Chica Blogger | Imagen de Miskatonic.es creada por Petter Haggholm: "Escape from R'lyeh"