Después todo se desecadenó en un segundo. La Olcott, con el rodete deshecho, livor y llamas, como una medusa, tendía sus ramas contra Agliè, le arañaba la cara, y le apartaba con la violencia del impulso acomulado para ese salto, Agliè retrocedía, tropezaba con una pata del brasero, giraba sobre sí mismo como un derviche e iba a dar con la cabeza contra una máquina, desplomándose con el rostro ensangrentado. En el mismo instante, Pierre se arrojaba sobre Lorenza, y mientras se precipitaba hacia ella extraía el puñal que llevaba sobre el pecho. Ahora me daba la espalda, no comprendí enseguida lo que había sucedido, pero vi que Lorenza caía a los pies de Belbo, con el rostro exangüe, y que Pierre levantaba el cuchillo aullando:
— ¡Enfin, le sacrificie humain! — y entonces, dirigiéndose hacia la nave, a voces: — ¡I'a Cthulhu! ¡I'a S'ha-t'n!"
Umberto Eco. El Péndulo de Foucault
Capítulo 113
Pérdida de cordura por
Camilo
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