En estos tiempos de dinero plástico, los cultistas no podemos seguir llevando las conocidas monedas de oro en bolsitas atadas a la cintura, para pagar ofrendas en los templos oscuros o comprar pociones mágicas en la tiendecita del monje tibetano.
Así que, decidido a tener el dinero plástico que me merezco, pedí en diciembre una tarjeta personalizada en la sucursal bancaria de mi barrio. Una gaditana muy simpática, desconocedora de mis costumbres cultistas, no tuvo reparos en aceptar la imagen solicitada para la tarjeta. Pero sus oscuros superiores rechazaron una y otra vez mi propuesta con argumentos vanos.
Estuve, entonces, una semana en ayunas y encendiendo velas oscuras y recitando frases ininteligibles del Libro de Eibon para que los trámites bancarios se agilizaran y los dominadores escondidos de las maquinarias económicas que dominan el mundo me permitieran tener en mis manos el preciado objeto. Hasta que por fin ha llegado, tras cinco meses de espera... y aquí está.
Ahora mis compras estarán protegidas por los poderes de los Primordiales. Algo que me alivia porque actualmente le temo más a las entidades bancarias que a ciertos dioses tentaculares.
Jajajaja, ¡qué grande! Y la de puertas que te abrirá esto a la hora de pagar :D